El viernes 17 a las 19:00 María Rosa Lojo va a estar en la librería Gandhi de Palermo presentando Todos éramos hijos, su última novela ambientada en los 70 y con un puñado de adolescentes como protagonistas de una historia tremenda. Al evento están invitados Elsa Drucaroff, Marcelo Figueras, Federico Lorenz y Valentino Cappelloni, que moderados por Sebastián Basualdo van a discutir con Lojo sobre el libro, la política de los 70, la juventud, la memoria, la identidad y la literatura.
Y nosotros, que estamos muy ansiosos, empezamos a despuntar el vicio y le pasamos a Lorenz 4 preguntas para ir entrando en clima. Esto es lo que nos respondió:
¿Cuáles son los conflictos y posibilidades de llevar a la ficción la historia reciente?
En lo personal, el trabajo con la historia reciente te enfrenta a la ambigüedad del tiempo, desde la constatación de la convivencia entre el presente y el pasado. Eso, que puede tener “punch” para pensar los temas, a la vez lleva a pensar en las sensibilidades que una ficción que tematice el pasado próximo va a tocar, y, concretamente, a tener en cuenta algo de lo que estoy convencido: que los lectores de ficciones sobre el pasado reciente no las toman como ficciones necesariamente, porque se insertan en un proceso de elaboración de memorias que las otro status. Eso es más fácil de constatar desde la disciplina histórica: aquellos textos historiográficos que entran en ámbitos de circulación más amplios, muchas veces son puestos por los lectores en el mismo rango que las ficciones.
Entonces, emerge una cuestión muy interesante que es si el pasado reciente tiene un registro específico para ser narrado
Cuando un autor elige situarse como personaje de su propia novela, ¿cuáles son los elementos con los que debe tener más cuidado?
Solo tengo un texto en el que me coloco de esa manera, y está inédito. Sí en cambio lo hice como historiador, en trabajos publicados que generaron alguna discusión en el “mundillo” de los setenta. Por eso consideré imprescindible hacerlo, por una cuestión de honestidad intelectual. Tengo la fantasía de que la clave ficcional te permite eludir ese tipo de dilemas, pero por esa misma novela inédita, creo que en realidad no es así.
Por otra parte, hay que pensar en la literalidad de ese personaje, y ese es un proceso que “va por dentro”. Retomando lo que decía antes, puede suceder que el personaje de ficción que es el autor termine siendo leído en clave testimonial, cuando lo que el escritor ha hecho es simplemente incluirse en una trama ficcional.
¿De qué modo el discurso de la memoria cambia y se adecúa con el paso del tiempo?
Los tiempos de la memoria no son lineales, y no es un hilo único, sino una trama más que compleja que se teje y desteje a impulsos diversos: un gesto político, una marcha, una decisión vital… Si por “memoria” entendemos el relato público sobre el pasado, entonces es posible señalar que desde el final de la dictadura se han consolidado algunos hitos sobre la forma en la que miramos el pasado reciente. En esa consolidación confluyeron juicios, medidas gubernamentales, la movilización social, el arte, la literatura, el cine, la Historia… En ese río bullente, a veces quedan enganchadas en las ramas jirones de historias que van frenando otros sedimentos arrastrados por la corriente. Un poco como se forman las islas del Delta, ¿verdad? Hasta que emerge una figura poco conocida, pero que “estaba ahí”, en ese río. Con lo que el “acomodamiento” de la memoria -las memorias-para mí en realidad es una cuestión de calma aparente. Y por eso hay que trabajar en función de las disputas por esa memoria.
¿Qué hacen los hijos con la herencia simbólica de sus padres cuando la ideología se interpone entre ellos?
Cuando doy clase a mis alumnos, siempre les pongo el ejemplo de que en lo personal, para mí estudiar Historia fue un gigantesco trabajo de “deseducación”. Hice la primaria entre 1976 y 1983; y el secundario entre 1984 y 1988. Mi trabajo me llevó muy lejos de las matrices con las que fui educado desde que era un niño. Eso ha sido más o menos conflictivo según los planos. O sea que en realidad, un hijo hace lo que puede con eso. Lo único, creo yo, que no puede aceptar, es que los muertos, o los mayores, le impongan que viva por ellos.
Federico Lorenz nació en Buenos Aires en 1970. Historiador y docente, es investigador adjunto de CONICET y enseña Historia en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Se especializa en temas del pasado reciente argentino, en particular la violencia política y la guerra de Malvinas, y en la historia sociocultural de la guerra. Publica con regularidad artículos de opinión en distintos medios argentinos y del exterior. Es autor de Las guerras por Malvinas, Los zapatos de Carlito. Una historia de los trabajadores navales de Tigre en la década del setenta, Combates por la memoria. Huellas de la dictadura en la Historia, Fantasmas de Malvinas. Un libro de viajes, Malvinas. Una guerra argentina, Algo parecido a la felicidad. Una historia de la lucha de la clase trabajadora argentina, 1973-1978 y Unas islas demasiado famosas. Malvinas, historia y política. En 2012 Tusquets Editores publicó su primera novela, Montoneros o la ballena blanca.
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