Juan Manuel Villar Ruiz y Facundo Sorovigarat fueron el viernes 17 a la librería Gandhi, a la presentación de Todos éramos hijos, la novela nueva de María Rosa Lojo, y escribieron una crónica con los momentos más importantes del debate entre ella, Elsa Drucaroff, Marcelo Figueras, Federico Lorenz, Valentino Cappelloni y Sebastián Basualdo.
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Subiendo las escaleras de la librería Gandhi en la calle Malabia, las luces señalaban el pedestal donde nacería el debate anunciado por “Una brecha”. Los anaqueles se extendían, infinitos, rodeando la curvatura de los peldaños que se sucedían. Recordar al maestro Jorge Luis, que siempre imaginó al paraíso como algún tipo de biblioteca, evidenciaba estar elevándome al reino de algún Dios. Comencé a ver rostros, indeterminados, eternos, uno al lado del otro. Todos conversando, el murmullo de la expectativa. Un joven fue llamado enérgicamente por un adulto mayor, y por fin las caras comenzaban a tener cuerpos. Le preguntó si era el hijo de tal, pero su semblante confundido lo negó amablemente. Luego de esa leve dilación, el imberbe debió volver a la mesa donde lo esperaban con una silla vacía. La bruma celestial por fin se disipó. Los rostros ya tenían cuerpo y pasaban a tener nombres. Elsa Drucaroff, Marcelo Figueras, Federico Lorenz, Sebastián Basualdo y Valentino Cappelloni se sentaban con María Rosa Lojo, frente a aquellos que acudían en busca de esa disputa de certezas que “Todos éramos hijos” condensa entre sus páginas.
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Sebastián, el moderador del debate, comenzó con una breve introducción de los presentes. Luego de ese cariño y el agradecimiento al público, hizo sonar la campana imaginaria. El reino de los cielos pasaría a ser, por un momento, el ring de la literatura. Y sobre ese tópico se fundieron las primeras palabras. El moderador preguntó a los presentes sobre la acción de leer, o mejor, sobre la acción a la que lleva la lectura. La primera en soltar la voz fue Elsa. Excusándose de tomar una posición nostálgica previamente, la autora definió a los libros como “manuales de guerra”. “Hojas de ruta cuando menos” la corrigió María Rosa, para coralmente las dos afirmar “se leía para saber lo que había que hacer”. Las posiciones se iban definiendo. Figueras entonces, micrófono en mano, buscó marcar una diferencia con las recientes declaraciones. Él transcurrió su adolescencia entre los ‘70 y los ‘80. Fue una generación bisagra, explicó. Que se crio leyendo historias de aventuras, que poco tenían que ver con la realidad política y social del país. Sin embargo, si uno ama a la lectura, entiende que siempre debe dejarlo en una encrucijada sobre la vida. María Rosa, que supo volcar sus memorias sobre Frik, la protagonista de la historia, agregó una reflexión sobre lo real y lo palpable en la vida cotidiana que tiene el género de aventura que es la historia del viaje del héroe. Concluye entonces, el autor de Kamchatka, que “no había ningún género que estuviese más prohibido, que fuese más incorrecto, que el viaje del héroe”.
Explicando que ante el libro no se pudo alejar de su rol de historiador, Federico Lorenz comentó lo que le generó la lectura en particular de la novela. Sacando a la luz todos los conocimientos sobre la época en cuestión, expresó que lo perturbador de “Todos éramos hijos” es que cobra una dimensión histórica muy fuerte, como la parte de un total, que contiene todas sus aristas y dimensiones. Por último, condición que hizo notar apenas tomó el micrófono, el joven e irreverente Valentino felicitó a la autora por la publicación y se acopló a las mínimas disidencias del debate para terminar de darle su rol revolucionario a la lectura. Poniéndolo en un contexto más actual, completó “se está pasando de una sociedad de las letras a una de la imagen, entonces un libro hoy en día, en parte es un acto de resistencia”.
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Basualdo es un buscapleitos, quiso calentar un poco las cosas. Preguntó sobre la generación setentista y el rol de los jóvenes hoy, motivado por la relevancia que tienen estos en la novela. Puso en juego el lugar ocupado por los padres de esos jóvenes militantes, que presentaban una fuerte resistencia, y especuló, motivaban, o acentuaban la actitud de sus hijos. María Rosa aprovechó para contextualizar la época durante la que transcurre la obra y adherir, con ejemplos de la misma, a la postura presentada por Sebastián, sobre la actitud reflejo de los jóvenes frente a las formas de sus padres. Elsa volvió a comenzar con la discusión, y usó la palabra “irreverencia”. Para este momento, las sonrisas cómplices se dibujaban en aquellos que vivieron esos años, mientras que la solemnidad cubría el rostro de los jóvenes al fondo de la sala. Para la autora de “Los prisioneros de la torre”, y protagonista de esa juventud de la que escribe Lojo en su novela, lo que se vivió en la década del 70 fue un quiebre generacional. Hubo una deformación que diferenció a las generaciones previas respecto de las venideras. “Esa sí la ganamos”, bromeó con el público, sobre la continuidad de esa actitud irreverente. Luego de la generación de Drucaroff, vino la de Marcelo. Sin aires de reproche, pero desde la vereda de enfrente, Figueras confiesa que él nunca tuvo infancia. El temor se respiraba y ese es un aire que envejece. El historiador también, anticipándose a ser tildado de agitador y como un guiño al moderador, se disculpó antes de acusar a los presentes. “Ustedes se pueden definir como generación”. Confesó que en charlas con amigos, este tema surgía con frecuencia: “nosotros somos la generación de nada”. Basualdo lo retrucó, y leyó esa etapa en clave de victoria, entendió a las nuevas generaciones como una herencia reivindicadora, una negación de los padres apolitizados. Con el oportunismo y la perspicacia que se precisan en el debate, Valentino tomó la palabra. “Para mi generación los ‘70 son un lugar mítico” el joven escritor expresó no haber vivido esa década pero explicó que “es un lugar construido pero, por suerte, recuperado” para acoplarse de esta manera al discurso del moderador, figurando a su generación como un legado de aquellos jóvenes representados en la novela. No obstante coincidió con el diagnóstico de Elsa, sobre el quiebre generacional y lo expresó en términos de accionar político. Utilizando como ejemplo la masacre de Ezeiza, supo distinguir entre los dos bandos, dos maneras de ver y hacer la política y en la figura de Perón, agregó María Rosa, el lugar del padre o del Dios oscuro que manda a su hijo a morir.
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Sobre el final de la reunión, la autora hizo una reflexión por demás interesante. Lojo afirmó, concluyendo sobre su novela, que “no hay generación que no vaya a ser juzgada por sus hijos”, la tensión presente entre ‘padres’ e ‘hijos’ es la lógica que dinamiza la historia y el motor latente de la discusión que llegaba a su fin. Muchos temas quedaron en el tintero, eso es seguro, pero el abordaje de los invitados fue envidiable. La figura del filicidio fue recurrente durante la reunión. Dios, padre, hijo, guerra, fueron los puntos calientes de un debate que quedó pendiente en todos los presentes y que la actualidad se adeuda. Si bien Frik no personifica a los jóvenes que quieren hacer política, ella pone en escena a los jóvenes guerrilleros, a los desaparecidos de la Dictadura, a los jóvenes militantes de hoy. Fue testigo de una época oscura, y la representante de una alternativa a la revolución con las armas: es la niña que quería cambiar el mundo armada con sus libros. La autora representó como pocos la insolencia joven que precisa el mundo para no sumirse en las tinieblas.
Juan Manuel Villar Ruiz nació en Mar del Plata en 1992. En 2010 se mudó a la capital para continuar sus estudios. En la actualidad se encuentra próximo a recibirse de Licenciado en Ciencias de la Comunicación con orientación en Opinión Pública y Publicidad en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
Facundo Sorovigarat nació en Mar del Plata. Es estudiante de la carrera de Comunicación Social en la UBA. Músico frustrado. Actualmente trabaja en el Ministerio de Educación y nunca fue jefe de nadie. Jugador de truco, de poncho y facón.