A dieciséis días del cierre del Premio La Bestia Equilátera de Novela, les dejamos esta entrevista de Patricio Zunini a Lucía Puenzo, jurado del premio, con quien conversa sobre esquemas narrativos en cine y literatura a propósito de su novela “Wakolda”.
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Tal vez sea antipático decir que Wakolda es la mejor novela de Lucía Puenzo, porque tal afirmación actuaría en desmedro de otras tales como La maldición de Jacinta Pichimahuida o La furia de las langostas. Pero la sensación es que Puenzo ha escrito una novela casi perfecta.
¿Qué significa “Wakolda”? En la historia es el nombre de una muñeca que será intercambiada por otra, también de nombre críptico —Herlitzka—, pero no se dan más precisiones. Hay que buscar en internet y entonces aparece Guacolda: la mujer del cacique mapuche Lautaro que se levantó contra la conquista española. Es que la novela de Puenzo habla de la mezcla. Y de quienes persiguen la pureza de la raza.
En 1959 un alemán viaja a Bariloche siguiendo a un pareja con tres hijos. La compañía parece fortuita, el alemán dice no atreverse a cruzar solo la ruta del desierto. Pero en realidad, tiene otros intereses: no quiere alejarse de Lilith, una rubiecita de 12 años que tiene problemas de crecimiento, ni de su madre que está embarazada de (probablemente) mellizos. El alemán no es otro que Josef Mengele y está obsesionado con retomar sus experimentos con ellas.
Con la novela en las librerías y mientras trabaja en la adaptación para convertirla en su próxima película, Lucía Puenzo habla con nosotros de Wakolda.
—Wakolda es tu quinta novela y será tu tercera película. ¿Reconocés un estilo propio tanto en las novelas como en las películas?
—Creo que manejo tonos y climas distintos en lo que escribo y en lo que filmo: diálogos más desmesurados en la literatura, escenas más silenciosas en el cine; un registro humorístico que aparece en fragmentos de mis novelas y jamás en mis películas… Me pregunto por qué me pasa eso, me intriga. Creo que tiene que ver con lo lúdico, con la literatura se me da por jugar de una manera y en el cine la búsqueda es por otro lado. Hay veces que lo único que tengo claro es hacia donde no quiero ir. No es la teoría ni lo temático lo que me impulsa en un primer momento. Suele ser algún detalle: un personaje que me resulta magnético, una escena a la que quiero llegar, un clima, algo que parece menor pero no lo es. Me gusta la literatura que se deja llevar por las asimetrías y las digresiones. La literatura también es eso: música y ritmo. A veces una frase suena bien aunque no tenga sentido. A partir de ahí va apareciendo la historia, en general de manera bastante misteriosa.
—Pero las historias comparten zonas de interés.
—Tengo la impresión de que hay un trabajo similar en el punto de vista. Desde dónde se cuenta y en qué lugar está parado el lector/espectador. Tiene que ver con una construcción del punto de vista de cierta virginidad, con ver algo por primera vez. En este caso fue el personaje de Lilith el que me llevaba de la mano.
—¿Esto de ver algo por primera vez tiene relación con la presencia habitual de chicos en tus novelas?
—De alguna manera sí porque justamente los chicos y adolescentes están en un momento de descubrimiento casi constante. En Wakolda, me interesó cómo y cuándo empieza a formarse una consciencia política en un adolescente. Sobre todo, lo complejo que puede ser el proceso de formación política de adolescentes que construyen una ideología distinta a la de sus padres, o la de los círculos en los que fueron formados. Nunca me gustaron ni las novelas ni las películas que tienen un punto de vista autoral separadísimo del espectador/lector, que juzgan lo que ven desde cierta distancia. Me gustan las historias que me imponen caminar de la mano con el protagonista, aunque esa caminata sea incómoda, que provoquen empatía aunque sea con un monstruo como Hannibal Lecter o como el protagonista de Taxi Driver. El primer plano, con lo incómodo y asfixiante que puede ser, me interesa más que el plano general.
—Mencionás a Hannibal Lecter: la pregunta, entonces, es cómo llegaste a una ficción con Mengele.
—Con los avances de la medicina estamos entrando en terrenos delicados en cuestiones de ética médica, que pueden poner al médico en el lugar de quien decide entre la vida y la muerte, o de quien cruza los límites de la experimentación. Probablemente la máxima expresión del costado más oscuro de la medicina sea Mengele, como tantos otros médicos alemanes que estuvieron al servicio del régimen nazi. Pero Mengele no fue el típico doctor de la SS… Fue un ideólogo y un fanático que se veía a sí mismo como un visionario con una extraordinaria oportunidad histórica: la de modelar genéticamente una nación entera. La esencia del movimiento nazi era lograr la perfección biológica, y destruir todo lo que pudiera interferir con esa perfección. Esta visión biomédica no era tangencial al movimiento bélico, por el contrario: estaba en el corazón del Nazismo. Pero el nazismo no solamente tenía una ideología totalitarista y asesina, sino también un misticismo. En El triunfo de la voluntad queda claro el misticismo trascendental que promulgaban, y que los médicos fueron invitados a participar de esto. El objetivo era limpiar a la nación de toda amenaza contra la pureza de la raza. Un importante médico nazi una vez confesó que se sumó al Nazismo después de escuchar un discurso de Rudolf Hess en el que decía que el Nacional Socialismo no era otra cosa que biología aplicada. Mengele se sentía en la cúspide de las ideas sobre raza y herencia.
—El caso es que la construcción de Mengele en la novela lo hace un personaje casi querible.
—Estos monstruos eran más temibles aún porque su envase era muchas veces el de hombres cultos, gentiles y refinados. Muchos de los testimonios de gente que conoció a Mengele y a otros jerarcas nazis en la Argentina reiteran estas cualidades. Lo que me interesaba de construir un personaje como Mengele era escaparle al estereotipo… Estos tipos, sacados del contexto de los campos de concentración en el que podían mostrar abiertamente su cara más perversa, eran aún más monstruosos porque socialmente eran muy carismáticos, muy cultos. Tenían un halo de seducción a su alrededor. No tenían pegado en la frente el cartel de “soy un hijo de puta”. Muchas corazas recubrían al monstruo. Por eso tantos miembros de la comunidad barilochense defendieron a Erich Priebke… Decían que era un vecino ejemplar, un viejito adorable.
—Si bien uno sabe quién es el alemán de la novela por cuestiones que rodean a la publicación, notas de prensa, etcétera, recién en la página 80 se menciona el apellido. ¿La intención era sostenerlo como persona anónima?
—De todas mis novelas, ésta es la que necesitó más bordado, más tiempo. Durante meses, desde la primera página él era Mengele. Pero era una marca demasiado fuerte en un texto que justamente trabaja un punto de vista mucho más cercano a la información que maneja esa familia con la que él se encuentra en medio de una ruta desierta, antes quienes se presenta simplemente como José. Lamentablemente la contratapa del libro lo dice, pero quería que aunque sea la diégesis del relato no revelara su identidad de inmediato. La toma de consciencia de la familia de Lilith sobre la identidad del hombre con el conviven está en el corazón del relato, y tiene que ver con un proceso que a mí me intrigaba particularmente: las cadenas de complicidades. Para que tantos cuadros nazis hayan podido no solo entrar al país, sino (en muchos casos) evaporarse sin dejar rastros, no fue únicamente el gobierno de Perón el que le abrió las puerta y promulgó la Ley de Amnistía por la que volvieran a usar sus verdaderos nombres (Mengele aparecía con su nombre en la guía de teléfonos, tuvo durante años una farmacéutica en Bs. As, y vivía con total tranquilidad)…. Para que esto ocurriera fueron también cientos de civiles los que, con mayor o menor consciencia de quiénes eran estos hombres, miraron para otro lado, permanecieron en silencio o directamente colaboraron con sus fugas. Esto demuestra que no hay una barrera absoluta entre el bien y el mal. Cualquier de nosotros puede, en ciertas situaciones, encontrarse muy cerca -o en función- del Mal.
—Parecería que todas las acciones de Mengele están teñidas de cierta ambigüedad o ambivalencia: ¿por qué?
—Cuando empecé a escribir Wakolda, más que la fascinación por el costado bélico del nazismo, me interesaba su obsesión por la genética. No es un hecho menor que un fanático de la pureza como Mengele desembarcara en un país mestizo, con todo tipo de mezcla en nuestra sangre y nuestros genes. Muchos de sus estudios, desmesurados y perversos como eran, tienen puntos de contacto con los principales avances de la genética actual. Por darte un ejemplo, el tratamiento con hormonas de crecimiento que Mengele le hace a Lilith -dicho por endocrinólogos a los que entrevisté- no es muy distinto al tratamiento que le hicieron a Messi para crecer. La base de la hormona de crecimiento es la misma. Claro que Mengele lo hace con absoluta impunidad, sin cuidar valores ni cantidades, y hoy se hace con más mesura y todo tipo de controles. Pero algo del juego de los cuerpos perfectos, de la pureza racial, de intervenir en los individuos hasta lograr la perfección, sigue presente en los tiempos modernos.
—Es curioso, porque en términos de suspensión de la moral, como lector uno no puede juzgarlo a Mengele.
—Varios lectores me dijeron que los incomodaba que en muchas situaciones se identificaran con Mengele. Lo que le pasa al lector es similar a lo que le pasa a Lilith, sus padres y hermanos… Tardan en ver al monstruo detrás de ese hombre que los tiene encandilados. El golpe es más duro por eso. Quería llegar al punto en el que Mengele se moviera con total impunidad, como un dios entre los sanos y enfermos. Los médicos son descendientes de los chamanes del mundo pre-moderno. Son personajes que se mueven en los bordes, en los umbrales entre la vida y la muerte. En la antigüedad, sus acciones eran percibidas como magia. Podían mantener a la gente con vida o decidir que murieran. Tanto los chamanes como los doctores brujos tenían una función mítica que entraba en contacto con fuerzas sobrenaturales, mediando entre la vida y la muerte. El costado más oscuro de los médicos puede hacer contacto con este costado de sanadores místicos que pueden decidir sobre la vida y la muerte. Por eso es tan difícil entender que un médico, cuya función es sanar, pueda estar interesado en matar.
—¿A qué dificultades te enfrentaste en la escritura de la novela?
—Creo que lo más trabajoso fue que todo el tiempo tenía la intuición de que había algo en la trama de la muñeca mapuche –por eso tiene ese título– que desde un lugar muy irracional e inconsciente me parecía fundamental, pero como no me detenía a pensar la estructura dramática y el tema detrás de la trama y los desvíos, no terminada de puntualizar porqué… Por qué era tan central esa muñeca, qué escondía en su vientre. No tenía dudas de que la novela se llamaba Wakolda, pero era una certeza insólita porque esa muñeca parecía muy lateral. Eso me generaba cierta incomodidad. Pero a medida que escribía empecé a entender que en el mestizaje está el corazón de la novela… Todos nosotros somos de sangre mezclada. Lo había escrito en la primera página: Ahí está la verdadera guerra: pureza o mezcla. En esa frase estaba escondido el tema, y hasta las dos partes en las que la novela se divide, que son Wakolda (una muñeca mestiza) y Herlitzka (una muñeca aria). Evidentemente había algo en el vientre de esa muñeca embarazada que era central en la historia. Pero eso también es parte de la diversión: no tener tan fuertes las riendas de lo que estás escribiendo.
—¿Comenzaste Wakolda como un proyecto novela-película?
—No, en lo más mínimo. De hecho estaba con otra película mucho más encaminada, pero por algún motivo no terminaba de hacer contacto y empujar esa película; finalmente no la voy a hacer. Mientras tanto escribía Wakolda sin parar, todos los días de lunes a domingo. En algún momento, ya llegando al final de la primera escritura, empecé a intuir que esta iba a ser la tercera película que iba a filmar. El proyecto está bastante encaminado pero no sé si llego a filmar a fin de año o a principios del próximo: la filmaré cuando se pueda. No empecé a escribir el guión hasta entregar la novela a la editorial, porque me imaginaba que iba a ser complejo tener las dos cosas abiertas. Una vez que entregué la novela me metí con el guión y todavía estoy reescribiendo, voy por una quinta o sexta versión, y es bien distinto lo que aparece. Cada vez más.
—¿El guión te hace pensar en reescribir la novela?
—Hay cosas que van apareciendo que me hubiera gustado sumar, pero me alegra que ya esté publicada… Es la única manera de poder pensar en una versión cinematográfica. Si no estaría más pegada al tono y a la trama, y no podría hacer lo que hago, que es imaginar algo completamente diferente.