En Disco nuevo, Nicolás Hochman se pregunta por los límites y la culpa a partir de la relación que un padre tiene con sus hijos. El texto forma parte de nuestros Audiocuentos de la Nueva Narrativa Argentina, y está ilustrado por José Villamayor y leído por Pablo Gandolfo. Léanlo, mírenlo, escúchenlo por acá:
http://www.audiocuento.com.ar/disco-nuevo/
…
Mirá, la verdad es que la fama llegó antes que mi familia, se podría decir, y que todo lo demás se fue articulando a partir de lo otro. Imaginate: con menos de treinta años ya llenábamos galpones, la gente nos seguía a todas partes, los pibes se hacían remeras con mi nombre, con mi cara, con frases que escribía yo o que otro escribía y yo firmaba. A esa edad uno no piensa en la familia, no es algo que sea prioritario. Importa uno, importa lo que uno hace, lo que uno quiere. Tuve a Aníbal, el primero, a los veintiocho, y a Darío a los treinta y dos. Mucha bola no les podía dar en ese momento. Eran mis hijos, los amaba, cuando estaba con ellos era el tipo más feliz del mundo, pero eran ratos nomás, ratitos. Siempre viví de acá para allá, en giras, grabando, bardeando. Los pibes crecieron con esa imagen, con ese papá. Nunca me cuestionaron nada porque se criaron en un ambiente que era así. No había margen para otra cosa. Yo veo que otros padres se van a la oficina a las diez, que vuelven a las seis, se bañan, se sientan a fumar un pucho y a mirar la tele, comen a las nueve, se van a dormir a las once, y por ahí son felices de verdad, ojo. Llevan una vida que es igualita todos los días, todos los años, hasta que se jubilan. Lo mío siempre fue otra cosa, otra manera de encarar todo, todo, todo. Es cierto que nunca cambié un pañal, pero ¿y qué? ¿Uno es mejor o peor padre por tocar la mierda de sus hijos? Ser padre es otra cosa, pasa por otro lado. Hay gente que cambia diez mil pañales y a los hijos no les da pelota, los desprecia, los ningunea, los usa de trapo de piso. Yo a los míos siempre les di amor, libertad, los eduqué para que fueran lo que ellos quisieran ser. No sé, por ahí era obvio que abogados no iban a salir, pero si ellos querían estudiar Derecho, estudiaban Derecho. Quisieron ser músicos, y a mí me parece bien. Los dos fueron muy buenos desde chiquitos, cada uno con su estilo, con sus formas. Por ahí los hubiera ayudado que la mamá y yo no nos separáramos tan pronto, pero qué le vas a hacer, esas cosas pasan. Y es mejor que pasen antes que después, yo sé de lo que te hablo. Mis viejos estuvieron casados sesenta años y fueron infelices toda la vida. Se odiaban, no se podían ni ver, pero estaban juntos. Yo crecí en un clima de violencia permanente, permanente. Y así como para mí la música fue una manera de escaparme de todo eso, me parece que mis hijos lo vivieron como una manera de continuar algo que estaba bien. Y se despegaron en otras cosas, claro. Lo más difícil fue verlos crecer. No crecer cuando eran chiquitos, a los cinco, a los ocho. No. La adolescencia y todo eso, ¿no? A mí los pibes me veían de joda todo el día, y claro, ¿cómo no les iba a gustar? ¿Cómo no iban a querer algo así? Uno con los años va entendiendo. Entiende que la joda es basura, que es la cresta de la ola, y que después caés, caés, y que te volvés a levantar y así, en ciclos, hasta que la cortás o te la cortan. Yo hoy te puedo decir que la droga es una mierda, que hay que tener cuidado con el alcohol, que ojo con qué clase de minas te metés, que no todos los boludos que andan al lado tuyo son amigos, ¿pero a esa edad? Uno está en otra, los valores son otros. Y los pibes me veían, me veían, y meta que dale y dale. Cuando Aníbal tenía doce lo pesqué fumándose un porro. Primero lo reté, le di un sopapo. Doce años, ¿entendés? ¿De dónde mierda había sacado un porro el mocoso? El flaco no lo podía creer: su papá pegándole por primera vez, y por última, en toda su vida. Su viejo, el que andaba pasado de merca todo el día, retándolo por un porro miserable. Lo que el pibe estaba haciendo estaba mal, muy mal. Hay que tener conciencia de los actos, ser un poquito más vivo, entender que a los doce no tenés la cabeza para decidir algunas cosas. Yo no quería eso para mi hijo. Quería la droga lejos de los míos. Pero a la vez era una incongruencia absoluta que yo, que yooooo, precisamente yo, dijera eso. ¿Qué ejemplo le estaba dando a ese pibe? ¿Le decía que no fumara, cuando yo lo hacía todo el tiempo? Muy cínico, nunca fue lo mío. Y estaba clarísimo: yo no iba a dejar de hacerlo, no podía, no sabía cómo, no quería, todo junto. Entonces subí al cuarto, y ahí estaba, tapado en la cama, llorando como si tuviera tres años, hecho bolsa. Me acerqué, lo acaricié, lo abracé, le pedí perdón. Agarré el porro que le había sacado, lo prendí y lo fumamos juntos. Padre e hijo. Es paradójico, hacer algo que uno sabe que está mal, que abre una puerta a una dimensión desconocida, y a la vez disfrutarlo tanto. Fue uno de los mejores momentos que pasé: estar ahí, en el cuarto del nene, que ya era un hombre. Un hombre. Con Aníbal la relación siempre fue más estrecha que con Darío. Los quise a los dos por igual, pero el mayor es el mayor. Él se ocupó siempre de cuidar al hermano, aunque tuvieran tan poca diferencia de edad. En algún punto era como un padre. Y mirá lo que son las cosas: con Aníbal compartí todo tipo de vicios que con Darío no. No es casual, por supuesto. Aníbal fue el más afectado, seguramente porque tomó conciencia de las cosas antes, por ser mayor, y fue alejando al hermanito de cosas que le podían resultar dañinas. Igual, a ver, quiero ser claro en esto: cuando digo que compartimos todo tipo de vicios, a ver, hay que relativizarlo. ¿Nos drogamos juntos? Sí, muchas veces. ¿Chupamos hasta emborracharnos y quedar tirados en el piso? Sí. Pero putas nunca. Nunca compartir una mujer con mi chico, eso sí que no. Hay límites que se pueden cruzar, y otros que no. Tal vez alguna mujer haya estado primero con uno y después con otro, porque esas cosas pasan, pero nunca me enteré, y no quisiera saberlo tampoco si realmente pasó. ¿Para qué? ¿Con qué sentido? Darío en cambio fue siempre más retraído, más distante, más temeroso. Y seguramente por eso se dedicó más al estudio que a la joda. Aníbal era un virtuoso, y Darío un laburante de la música, un verdadero aprendiz que terminó siendo uno de los mejores músicos de su generación. A Aníbal siempre le fue mejor con las minas. Y claro, era más rápido, más espabilado. Una vuelta llegué a casa, de noche. Los pibes se iban a quedar a dormir, así que entré a la habitación a mirarlos un poco antes de acostarme. Abro la puerta y veo que la cama de Darío estaba vacía, y que en la de Aníbal había dos bultos. El muy animal estaba con una mina en tetas, durmiendo. Una mina más grande, de veinte años, o por ahí. Él tendría quince, no más. Y se la había cogido, claramente, porque uno como padre, como hombre, se da cuenta de las cosas. Me quedé ahí, paradito, mirando con orgullo a mi pibe. Qué futuro que tenía por delante. Y Darío estaba en mi dormitorio. Lo habían despachado y se había ido a mi cama, así que me acosté sin despertarlo y nos dormimos juntos, como padre e hijo. Otro orgullo. Cada tanto me daba vuelta y espiaba, y ahí estaba, mi hijo menor, el parco, el bueno, creciendo a su manera, como podía. Porque crecer para ellos fue diferente a crecer para mí, para vos, que somos de otra generación. En nuestra época crecer significaba rebelarse contra un montón de cosas que estaban mal, que no se podía creer lo mal que estaban. La violencia, la dictadura, todo eso, ¿no? En ese momento uno tenía enemigos muy fuertes, las cosas claras. Después estaba si uno militaba o no, pero era al margen, porque cada uno se volvía rebelde como podía. Había motivos por todos lados para hacer saltar al sistema, a los viejos, a las familias, al que fuera. El mundo estaba cambiando y nosotros éramos la generación que se venía, la que tenía el deber de hacer algo diferente. Y en cambio con la generación de nuestros hijos eso no pasó. No, no pasó. Los pibes ya nacieron con todo resuelto. Bueno, con todo no, pero está claro que es otro contexto, que la tuvieron más fácil. Y es raro, ¿no?, pero eso de tenerla más fácil es lo que los complicó. Porque si para nosotros era tan sencillo encontrar un motivo de ruptura con todo lo anterior, para ellos no. Y los adolescentes tienen que romper, están para eso. Entonces una de dos: o rompen algo que tenían que dejar como estaba, porque estaba bien, o se quedan en el molde. Y no sé qué es peor. Mis hijos, sobre todo Aníbal, sufrieron mucho todo eso. Lo hablábamos siempre, mucho, los tres. Además, imaginate que teniendo a este padre tampoco era muy fácil hacerse los locos, porque yo les permitía casi todo. Casi, todo no. Hoy lo pienso y me doy cuenta que en eso estuve equivocadísimo. Tendría que haber sido más firme, más castrense, decirles que no a más cosas, aunque estuviera de acuerdo. No porque sí. Porque cuando un padre dice no, el hijo va a ir a luchar por conseguir el sí. Pero si un padre dice que sí, sí, sí, sí, sí, entonces el hijo se marea, no sabe por dónde explotar, y al final la cosa termina en cagada. Sí, yo me siento totalmente responsable de lo que pasó. Imaginate. De alguna forma me lo veía venir, porque uno como padre siempre sabe esas cosas, ¿no? Se me fueron cada uno con su estilo, como vinieron, como se criaron. Yo ya me lo perdoné, pero me parece que la gente no, que no les alcanza con que tenga que cargar con dos pibes muertos. Quieren más, quieren sangre, me quieren ver tirado en una zanja llorando, hecho mierda. Quieren que haga como Aníbal y me vaya de mambo con una sobredosis. O que me pegue un tiro como Darío. No les importa cómo. Me quieren muerto, o angustiado, pidiendo perdón. Pidiendo perdón… ¿a quién le voy a pedir perdón? ¿A ellos, a “la sociedad”? ¿A Dios? ¿A la hija de puta de mi ex mujer? ¿A mis hijos? No, no, yo tengo las cosas muy claras, clarísimas. Yo sé todo lo que hice mal y sé que si tuviera la oportunidad jamás volvería a hacer las cosas de la misma manera, pero no se puede. Uno no puede volver atrás, cambiar el pasado, cambiar nada de lo que hizo. Nada. Pero nada de nada. Nada. Si hay alguien que sufrió, fui yo, que no me vengan a romper las pelotas todos esos hipócritas. ¿Sabés qué es lo más loco, lo más estúpido? Esos mismos que me quieren muerto son los primeros en sacar las entradas para un show, los que van a la primera fila. Pagan para insultarme. Me pagan. Desde que se murieron lleno todo puto lugar al que vaya. Si pudiera cambiar las cosas lo haría. Si pudiera morirme yo para que resuciten ellos, lo haría. Pero no puedo, nadie puede. Nadie. Yo estoy acá, vivo, haciendo lo único que sé hacer en la vida. Por eso este disco nuevo es para ellos, que siguen acá. Acá, ¿entendés?
…