En su lectura de Sagrada, de Gonzalo Gálvez Romano, Natalia Gauna piensa el libro como una novela brechtiana. Como una composición de imágenes que, unidas al trabajo sobre el lenguaje y sobre todo al distanciamiento del narrador, dejan ver un sentido social y político. Por acá, la reseña completa, que salió publicada en Revista Tónica.
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Sagrada, de Gonzalo Gálvez Romano
2012. Editorial Wu Wei. 91 páginas.
Del escritor uruguayo Gonzalo Gálvez Romano, Sagrada es una novela política sobre la pobreza de un barrio que podría ser cualquier villa miseria de Buenos Aires. Es un libro que no escatima en exacerbar un lenguaje villero pero que intenta, lejos de estigmatizar una clase, mostrarla en imágenes, fotografiarla.
Sagrada es una novela que genera más interrogantes que respuestas. Mostrar la marginalidad de un barrio a través del relato de sus personajes podría ser la intención de Gálvez Romano. En su contratapa, Mariano Blatt se pregunta por qué es importante este libro y aventura alguna respuesta. Blatt concluye que “Sagrada es importante porque pone a la gente en imagen […] Es como una visión aérea nocturna de un barrio”. Si bien, no es interesante determinar la importancia de un libro, algo cierto hay en esa aproximación a esta novela. Sagrada es una imagen, es la fotografía de un mundo posible y es posible en tanto se trata de un relato ficcional por más “semejanzas” con la realidad podamos encontrar.
La pobreza y la marginalidad se presentan en Sagrada desde la primera línea: “Me había clavado una pepa, no sé qué porquería me vendió el Ventana y al toque nomás estaba flasheando. Luces y toda esa mierda”. Gálvez Romano acude a un lenguaje “villero” para exponer y acentuar la violencia en la que viven los personajes de ese barrio. El uso de cierta jerga delictiva termina por delimitar esas calles y encrudecer esas historias sobre la droga, la violencia en todas sus formas, el delito y el sexo. “Desde que tengo teléfono que saca fotos me agarró como el vicio. Apunto y le saco a todo. Me lo dio el Ventana, me debía unos mangos y de algún lado se lo choreó”, relata el protagonista de la novela mientras cuenta cómo roban en la Sagrada un camión de Coca-Cola que chocó y volcó la mercadería que transportaba.
Sin embargo, promediando la novela se abre un abanico de lecturas posibles. Ya no es una novela que exacerba un lenguaje plagado de lugares comunes sino que habilita a pensar la marginalidad en tanto imprime a los personajes ternura y belleza. Así, Sagrada cobra otros sentidos y la posibilidad de pensarla como una novela que genera “una imagen” de un sector real de la sociedad es realmente factible. El hallazgo de Gálvez Romano es encontrar ese punto medio entre la estigmatización de una clase y la justificación simplificadora de una realidad demasiado compleja.
En este sentido, los personajes de Sagrada no son ni héroes ni mártires porque, en principio, rozan el anonimato, apenas pincelados, de modo que el lector no se identifica con esos jóvenes ¿Por qué el autor elige producir esa distancia? En ese distanciamiento casi brechtiano es posible la lectura social y política de Sagrada.