Llamamos por teléfono a una institución cultural para hacer una consulta. Marcamos el interno, esperamos y, en lugar de ser atendidos, escuchamos voces de fondo. No nos hablan a nosotros, pero se oyen con mucha nitidez. Son las chicas de la oficina, que levantaron el auricular y fueron a colgarlo de nuevo, pero lo colgaron mal. Entonces nos enteramos de qué mal andan las cosas por ahí, de que una está esperando que otra la ubique en un buen puesto, pero que esa otra está sin trabajo. Hablan de un dirigente muy conocido que es su jefe (mal, por supuesto), del entongue que van a tener dos proyectos, de qué van a pedir para almorzar, de la vida sexual de una compañera que está enferma y de que no tienen pensado atender ningún llamado hoy, que no tienen ganas de trabajar.
La cultura es algo maravilloso. Solamente hay que saber prestar atención.