A una semana exacta de su cierre, el Premio La Bestia Equilátera, que recibe originales hasta el 29/11, entra a su furiosa recta final. Lucía Puenzo es jurado del concurso, junto con Luis Chitarroni y Oliverio Coelho; por acá, una reseña de Verónica Bondorevsky sobre su novela «La maldición de Jacinta Pichimahuida».
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Lucía Puenzo es una joven escritora con dos libros publicados en su haber, El niño pez y Nueve minutos; además es guionista y directora de televisión y de cine; este cruce entre literatura y medios, que forma parte de su historia personal, se encuentra también presente en su última obra.
En su nueva novela, La maldición de Jacinta Pichimahuida, el mundo de la televisión es el punto de partida para dar cuenta de una historia de aprendizaje, cuyo protagonista, Pepino, luego de un arduo y grotesco trajinar, comprende lo siniestro y lo patético de su presente, su familia y su historia.
Pepino es un joven de treinta años que, cuando era niño, fue un extra de Señorita maestra, el emblemático programa de la televisión. Una promesa olvidada, como Cirilo, Palmiro, Siracusa, con el aditamento de que era un outsider, alguien que ni siquiera formaba parte de la selección oficial.
Y la novela no es sólo una historia personal –la de un despertar a la vida–; también es una historia de amor: la de él y Twiggy, una joven de Barrio Norte, de clase alta, con problemas psíquicos, hija de un poderoso juez.
En La maldición de Jacinta Pichimahuida no hay metáforas: todo es crudo, material. Por un lado, se retrata el uso que los medios y los padres hacen de los niños prodigio, y el descarte y olvido en el que luego caen, en la gran mayoría de los casos. El retrato de familias más que disfuncionales se halla también presente en la obra. En forma paradigmática, a través de la madre de Pepino, una mujer que realiza su vida en su hijo-promesa, al que transforma en un actor y en una suerte de máquina cuyo objetivo es agradar al guionista del programa Señorita maestra para que le dé letra en alguna emisión.
El tema de la orfandad está presente también y la literatura aparece para cubrir ese vacío de los progenitores, que aunque están vivos, y en muchos casos omnipresentes, en realidad son monstruosos, abandónicos y ausentes.
Y así surge el Autor (con mayúscula, como está escrito en la novela) para guionar y dirigir las acciones de los ex actores. Y este ser superpoderoso y siniestro es un tal Santa Cruz, el guionista de Señorita maestra, que al igual que en el pasado, que escribía la vida de cada uno de los personajes, ha escrito y escribe en la actualidad la de las otrora blancas palomitas. De ello se darán cuenta Pepino y Twiggy, y contra eso remarán o se dejarán llevar.
Y La maldición de Jacinta Pichimahuida es también una novela en clave, en donde hay una constante burla y crítica a la política y la cultura de los ’90 en nuestro país, a los resultados de ese modelo, y a personajes televisivos emblemáticos de las décadas del ’70 y del ’80.
Todo un lugar de posicionamiento en una novela frenética, delirante y telenovelesca, pero con un horizonte concreto y los pies sobre la realidad para volar luego sobre su propia irrealidad.