Sandra Patricia Rey estuvo conversando con Agustina María Bazterrica, autora de «Antes del encuentro feroz», y en la entrevista, entre otras cosas, hizo un recorrido sobre su biografía y sobre sus procesos de escritura. Por acá, la nota completa, que salió el viernes pasado en Mégara.
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“- ¿Podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?
– Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar.
– No me importa mucho el sitio.
– Entonces, tampoco importa mucho el camino.” (de Alicia en el país de las Maravillas)
Yo no sé cuándo empezaron a llegar unos correos que me invitaban a seguir al conejo blanco, ni sé cuando descubrí que Agustina Bazterrica era co-creadora de un ciclo de arte. Sí, junto a su amiga Pamela Terlizzi Prina, desde hace dos años atrás, hacen bardo en el bar cultural que lleva ese mismo nombre, los segundos viernes de cada mes. Hay escritores invitados que leen sus textos y uno especial, que es un artista en cualquier otra disciplina. “Buscamos textura y creemos que en la fusión y en la transversalidad está la clave”, leemos en la página, en la que se van almacenando videos de las lecturas, reseñas, las bio de los participantes, preguntas y más; mucho más.
Agustina es vital, espontánea, y tiene una risa poderosa; también una introspección que no puede disimular ni le interesa hacerlo. Coincidimos con ella en muchas cosas, no solo porque ama estar en pijama, sino más bien por sus convicciones. Ella cree que el tiempo es lo mejor que uno puede brindar y con coherencia, te lo brinda. Pero además es generosa, ella que tiene una memoria pésima, puede decirte los nombres de los escritores jóvenes que le han partido la cabeza, y hablarte de sus obras; y reconocer a quienes la sostuvieron y animaron.
A ella no le gusta que todo el mundo le diga lo que tiene que hacer. Decidió hace rato cuál era su sueño y decidió cómo continuaría.
M. Siempre nos llama la atención, cuando leemos entrevistas a autores noveles, que no se les pregunte por su historia de vida. Por ese motivo, queremos arrancar por el principio e invitarte a narrarnos la tuya como un cuento, a partir del “había una vez…”, pero paradojalmente, no queremos un cuento clásico, sino uno en el que lo cotidiano nos lo muestres con cierto extrañamiento y desde dos protagonistas distintos: tu abuela Mecha que ya no está; y Benito Bodoque (tu gato, aclaración para los megarenses que no lo conocen).
Siempre despeinada, siempre curiosa, siempre meditando, siempre intensa, siempre tomando té y yo champagne, siempre insegura, siempre con un ramo de flores para mi florero que la espera, siempre contestataria, siempre mi nieta.
Ella es un mueble que tiene la mala costumbre de moverse. Tengo que entrenarla de manera diaria para que se quede estática subiéndome a sus piernas cada vez que se sienta. No veo por qué no entiende que, en definitiva, soy su dueño. Después de todo, soy una pequeña pantera salvaje que puede atacarla en cualquier momento. Me gusta cuando se sienta y se queda durante horas mirando eso que ella llama “libros”. Es el único momento en el que mi mueble se porta como tal y es por eso que, por ahora, no se los destrozo. Pero no lo puedo garantizar. El entrenamiento del humano-mueble es inagotable. Quizás mañana despedace las obras completas de un tal Borges, sólo para mantenerla alerta y, claro, para afilar mis uñas.
M. “Yo me quejaba de mi edad y de la falta de libertad. Quería ser más grande y no depender de los permisos familiares. Juan Carlos (un tío) me dijo: “Toda edad tiene su atractivo. Hay que saber encontrarlo”. ¿Te suena esa frase? ¿Agustina podría haberla dicho?
Es una frase de mi madre. Ahora podría decirla, pero no cuando era chica. Cuando era una niña quería seguir siendo niña. Intuía que el mundo de los adultos era complejo y yo quería seguir jugando siempre, despreocupada. Creo que lo sigo haciendo a través de la literatura, esto de crear mundos es una manera de jugar a ser un pequeño demiurgo.
M. Las palabras, los hechos y los quehaceres que tienen que ver con la solidaridad, el compromiso, el activismo social, las convicciones y la libertad, ¿tiene que ver con tu historia familiar? ¿Para Agustina, hubo mandato familiar? ¿del modelo hay que apartarse o copiarlo para encontrar el camino a seguir y realizarse?
Sí, tiene que ver porque mi abuela fue una de las primeras mujeres que, en su época, estudió economía y se recibió. En la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, en esa camada, eran sólo dos mujeres: Mecha Gutiérrez, mi abuela, y Rosa Kunsminsky, prima de la mujer de Sábato. Sábato le dio clases de Física a mi abuela. Cada tanto me hablaba de Sábato y decía que era “encantador”. Gracias a sus estudios, al quedar viuda siendo muy joven y con cuatro hijos, pudo salir a trabajar y mantener a su familia. Ella es mi heroína, era una persona comprometida y que creía en la libertad a partir del trabajo y de la educación.
Mi madre, socióloga, se dedica a transformar, a mejorar, esa es su vocación. No sólo trabaja con ONGS sino que da clases y seminarios relacionados con los temas de redes sociales de colaboración y de cómo optimizar las estructuras y políticas internas de cada ONG. Es una persona solidaria que cree en la paz y que hay que trabajar para lograrla todos los días.
Me parece que hay que tomar lo que a uno le parezca mejor del modelo y trascender lo negativo. Hacer la propia historia a partir de las virtudes y de las pasiones de cada uno.
M. Si te preguntáramos cuál casa de las que tienen que ver con tu historia familiar, es sinónimo de tu infancia, ¿cuál sería? ¿Había biblioteca en esa casa? ¿Qué libros encontrabas?
Cuando nací, vivíamos en una casona en el barrio de Belgrano. Mi bisabuelo, que fue un ginecólogo muy conocido, fundó la Clínica Bazterrica y esa casa era parte de la herencia. Vivíamos con mis abuelos paternos. Recuerdo que la casa era enorme, muchas veces tenebrosa en su inmensidad. Pero lo que más amé de esa casa, además de la cantidad de libros, fue a un perro que teníamos y el jardín donde jugábamos con mis hermanos.
Tenía varias bibliotecas que ocupaban paredes enteras (la biblioteca ideal, la que quisiera tener). Mi abuelo, médico también, leía muchísimo, sobre todo libros científicos, así como mi madre que lee de todo. Recuerdo los libros de la colección Robin Hood. En esa época no había muchos libros para niños y esa colección tenía unas ilustraciones preciosas. Mi favorito era el de Artemito y la Princesa de Torrey que pedía que me lo leyeran una y otra vez (libro que, muy a mi pesar, se perdió, o no sé…quizás solo esté esperando una mejor oportunidad de aparecer) y después el libro Corazón de Edmundo de Amicis que fue el primer libro que me hizo sufrir hasta las lágrimas, Papaíto Piernas Largas de Jean Webster y Una niña anticuada de Louisa May Alcott…que hoy están en mi biblioteca viejitos, destruídos, hermosos.
M. El primer libro que leíste sola fue Alicia en el país de las maravillas, ¿te acordás qué edición era y quién te lo regaló?
No sólo que lo recuerdo, sino que lo tengo. Es de Ediciones Susaeta con ilustraciones color de la película de Disney. Las ilustraciones son pocas y fue el primer libro que me propuse leer sola. Me llevó mucho tiempo porque no tenía el hábito de la lectura, pero lo terminé y quedó dentro de mí como un pequeño logro y un enorme placer.
M. Seguimos con la familia: ¿cómo te ubicás entre tus hermanos? ¿Con cuál tenés más afinidad?, ¿qué es la familia hoy para vos?
La familia es mi refugio y mi aprendizaje. Soy la segunda. Siempre fui la oveja negra, la que iba en contra de la corriente, por eso de chicos había más peleas que afinidad.
De grande uno va madurando y hoy tengo empatía con los tres, en distintos niveles. Con mi hermano Gonzalo, que es chef de comida orgánica de alta gama, hablamos muchísimo sobre alimentación, conspiraciones, energía, documentales. Es un tipo lleno de intereses con el que puedo hablar por horas. Mi hermana Pilar vive en Brasil y con ella comparto libros porque es una lectora inmensa y una de las personas con el mejor sentido del humor que conozco; literalmente, me hace llorar de la risa, además de ser la madre de mis dos sobris brasileros a los que extraño todo el tiempo. Y con mi hermano Juan Cruz compartimos cine, series, libros y a sus hijos, mis tres sobris argentinos, que son adorables.
M. Tenemos entendido que fuiste a un colegio confesional, ¿de quién fue la elección? Contanos algo bueno y algo malo de tu experiencia en un colegio de monjas. ¿Qué pasaba con la literatura en la secundaria? ¿recordás de esa época alguna lectura que te abriera la cabeza?
Fue la elección de mis padres. Mi madre había ido a un colegio de monjas en La Plata y había tenido una muy buena experiencia. Basándose en eso me mandaron a un colegio de monjas alemanas (nota de M: el Mallinckrodt). Tengo mucho malo para contar, pero solo voy a decir que fue decepcionante porque la educación era de una constante doble moral. “Amá a tu prójimo, pero en cuanto puedas discriminalo, criticalo, y si podés, reprimilo”. O sea, cultivaban la peor versión de uno mismo. Por otra parte era un colegio sólo de mujeres: alumnas y profesoras. En ese universo no se concebía el ingreso de un varón, bueno, sólo el de Jesús.
Lo positivo fue haber ido a una misión a Santiago del Estero y ver cómo trabajan las monjas dedicadas a ayudar a la comunidad con necesidades extremas. Entender que no todas las monjas eran sádicas ni retrógradas.
No recuerdo buenas lecturas en ese colegio.
M. Por formación académica, sos licenciada en arte, pero tu quehacer cotidiano ¿cuál es? ¿La necesidad tiene cara de hereje?, ¿se puede vivir del arte?
Trabajo como secretaria en un estudio de abogados. Creo que es extremadamente difícil vivir del arte, pero que se puede. En mi caso tiene que ver con una elección. Yo elijo tener un trabajo, que valoro aunque no tenga que ver con mi vocación. Puedo, después, dedicar todo mi tiempo libre a lo que amo que es escribir y no preocuparme por no llegar a pagar las cuentas.
Eventualmente, espero poder dejar de trabajar y vivir del Premio Municipal para dedicarme solo a escribir, pero por ahora me cierra esta ecuación.
M. Con Pamela Terlizzi Prina, crearon el ciclo de arte “Siga al conejo blanco”, batería de preguntas: ¿dónde se conocieron?,¿cuándo y cómo nace la idea?, ¿cómo eligieron el Bardo como lugar de reunión? Además: ¿cómo seleccionan los escritores y los invitados especiales?, ¿hay algún escritor o artista de otra disciplina, cuya presencia quisieran tener y no lo consiguieron?
Con Pame nos conocimos gracias a nuestra maestra Liliana Díaz Mindurry. Siempre decimos que somos hermanas de la literatura porque la conexión y amistad fue inmediata. Así nació Siga al Conejo Blanco. Con Pame nos pasa permanentemente que estamos conectadas y pensamos las mismas cosas al mismo tiempo. La que verbalizó lo del ciclo fue ella, aunque yo lo venía pensando hace un montón y quería hacerlo con ella. Estuvimos mucho tiempo elaborando el proyecto, porque queríamos un ciclo sólido y arrancamos cuando teníamos todo cerrado. Mi hermano, que es director creativo, nos diseñó el logo y yo creé la página web y ahí no hubo marcha atrás.
Al Bardo, Pame lo conocía porque su marido es músico y en El Bardo tocan muchas bandas de rock. El enganche con el lugar y con los dueños fue instantáneo.
Tanto Pame como yo somos lectoras crónicas, con lo cual invitamos a gente que leímos o que queremos leer o de la cual leímos entrevistas o reseñas. Es raro que invitemos a gente de la cual no tengamos alguna referencia.
Invitamos a Mariana Enríquez, Claudia Piñeiro y Lucía Puenzo. Las tres nos dijeron que querían venir a leer al ciclo pero por distintos compromisos no pudieron. Sería fantástico poder concretar con ellas en algún momento.
M. En 2013 publicaste tu novela Matar a la niña, en la Editorial Textos Intrusos. Alguna vez contaste que en su génesis los protagonistas de la novela –un ángel guardián siniestro que asustaba a la niña que cuidaba-, eran los de un cuento que nunca escribiste. ¿Por qué la mutación? ¿Cuándo un cuento se convierte en una historia de más largo aliento?
Me costó pasar del cuento a la novela. Fue por insistencia de Liliana Díaz Mindurry que me propuse escribir una novela. Me obligué, digamos. Y el cuento del ángel guardián lo tenía en la cabeza hace años, como una idea curiosa, pero sin la verdadera fuerza como para concretarse. Hasta que me pareció que ese ángel daba para algo más y nació Matar a la niña.
Creo que un cuento se convierte en una novela o en un relato cuando no alcanza, cuando los personajes se salen de la estructura encorsetada del cuento, cuando empezás a pensar más allá, en detalles de su vida que nunca incluirías, pero que son necesarios para que tomen carnadura.
M. De tu opera prima, dijiste: “La existencia de ese cielo absurdo y su legitimación hizo surgir el personaje de la Niña Santa. Una niña que no para de rezar y mirar, y para la cual está construido ese paraíso nefasto. El protagonista se rebela contra ese cielo artificial y decide que va a bajar a la tierra y matar a la niña. Queda claro que, al final, invertí los roles del cuento original: el ángel pasó a ser la víctima y la niña el personaje siniestro”. Uno lee y es imposible sustraerse a la curiosidad de saber si hay en ese argumento resabios de miedos infantiles o experiencias traumáticas o sueños recurrentes o sencillamente una sublimación del miedo. ¿Cuáles eran tus miedos infantiles? ¿Cuáles los de la adultez?
Más que miedos infantiles creo que pasa por experiencias de haber conocido niñas crueles en mi entorno y de ser yo misma, una niña cruel sin saber que lo era. En mi colegio uno de los deportes favoritos en el recreo era criticar a otras compañeras, mirarlas de arriba abajo y destrozarlas. De ahí sale la Niña Santa con su mirada implacable.
Un gran miedo actual es al fanatismo, a esa gente capaz de inmolarse y matar por una creencia, como la religión, por ejemplo. La imposibilidad de razonar con alguien, de disentir. O el fanatismo de hacer el mal por el mal mismo. Miren la película Eden Lake, siempre que la recuerdo, me genera un miedo irracional, primario.
M. “Ahora la violencia, la crueldad y la locura salen a la calle al encuentro feroz con el lector. Orgulloso de vos”, dijo de Antes del encuentro feroz, un crítico que aseguró que no iba a poder ser muy objetivo (Mariano Marcelo Borobio), y que había leído en su momento cada cuento en hojas impresas y por separado. ¿Quiénes además de tu pareja, leyeron en su momento los cuentos del libro?, ¿aceptaste críticas?, si las hubo, claro, y en su caso cuáles fueron.
Muchas personas a lo largo de los años los leyeron en fotocopias. Mi familia entera, mis amigos, profesores de la facu, compañeros del trabajo. Tengo una red grande de contención, en ese sentido, gente que cree en lo que hago.
Siempre acepto las críticas, me parece muy valioso que alguien lea tu obra y opine. Si la crítica es desfavorable y constructiva, la aprecio más aún. Lo peor que me puede pasar es que alguien lea mi obra y no le genere nada. Mi hermana hace poco leyó el libro de cuentos y me dijo que le había pesado en el alma, que era demasiado duro. Otra gente lo leyó y me dijo que lloró de risa. Todas las lecturas son válidas. Aprendí que hay que dejar ir, que, una vez publicada, la obra ya no es de uno, es sólo de los lectores.
M. Confiaste en alguna entrevista que te hicieron que la novela estaba archivada, y que fue mientras buscabas una editorial para tu libro de cuentos, que llegaste al editor, y así de simple surgió la posibilidad de publicarla. ¿Creés en las casualidades o en la causalidad?
Creo en la causalidad. Uno construye su destino, paso a paso. Creo en la energía y en el karma y creo que las cosas pasan por algo, que estamos acá para aprender.
Para mí el proceso de publicación fue una enorme lección de paciencia, humildad y estrategia, tanto con la novela como con el libro de cuentos.
M. En tu proceso de escritura, reconocés algún punto de inflexión. ¿Podés decir cuándo decidiste que ser escritora era lo que querías ser? ¿Cuándo empezaste a escribir, asististe a algún taller?
Desde siempre escribí. Pero una cosa es escribir y otra es ser escritor. El punto de inflexión se dio cuando iba al taller de Liliana Diaz Mindurry y, al mismo tiempo, estudiaba canto lírico (sí, pasé por etapas bizarras en mi vida). Un día Lili me dijo: “o te dedicás a escribir en serio o te vas, no puedo seguir viendo cómo perdés el tiempo y no desarrollás tu talento”. Dejé el canto, y ahí decidí dedicarme a mi vocación porque es lo que verdaderamente amo pero también porque, francamente, canto horrible.
M. Sos una lectora compulsiva, obsesiva y podríamos decir también, impulsiva, por ciertas anécdotas que se te adjudica haber contado, tal como la de haber revoleado contra una pared un libro que no te satisfizo. Leímos: “Soy exigente y cuando un libro me parece malo me enfurezco porque me siento traicionada, siento que el escritor no cumplió el pacto tácito con el lector de escribir algo decente” y nos preguntamos, ¿cuál es tu concepto de buena y mala literatura?, ¿quién dice qué es malo y que es bueno en literatura? ¿qué es la decencia en términos literarios?
Para mí la mala literatura es la perezosa, la que no se arriesga, la que no tiene una voz propia, la que está llena de lugares comunes, la complaciente, aquella que leo y no puedo recordar, la que es un plagio velado.
La buena es la que me absorbe, me involucra, me detiene, me genera adicción, me queda dentro y la rememoro, la que me hace querer que un personaje sea “real”, sólo para charlar, o aquella que me impulsa a escribir.
¿Quién dice qué es malo y bueno en la literatura? Tanta gente. En mi caso, trato de guiarme por las recomendaciones de aquellos que me parecen lúcidos y a los cuales respeto. Pero la realidad es que digan lo que digan lo que vale es leer la obra y sacar las propias conclusiones.
M. ¿De verdad leíste completo el Ulises de Joyce? ¿Sos prejuiciosa para la lectura? ¿Hay algún libro que no confesarías jamás haber leído?
Sí, lo leí entero, también Música de Cámara, Dublineses, Retrato de un artista adolescente y Exiliados. Y tengo una prueba irrefutable que son los encuentros grabados porque me juntaba una vez por semana con un estadounidense muy culto, un exquisito, con el que leí también algunas novelas de Virginia Woolf. Los leí en inglés y español y creo que hice una lectura superficial. Son obras para dedicarles una vida de estudio, tanto la obra de Joyce como la de Woolf.
Cada vez soy más abierta con las lecturas, más flexible y menos prejuiciosa. Antes renegaba de los llamados best sellers y hoy puedo leerlos y entender que, si bien no es la literatura que me interesa escribir hoy, el buen best seller tiene mecanismos valiosos como la agilidad de la lectura y el hecho de atrapar al lector. Stephen King es considerado por muchos como un best seller indigno de ser leído. Misery fue uno de los libros que más espanto me causó, miedo real de estar petrificada en la cama, de sentir escalofríos y de soltar el libro por el terror que me producía. Generar ese compromiso de lectura habla de la genialidad del autor.
Confesaría todo. Tengo mala memoria, pero confesaría. Leí a Paulo Coelho, que fue una lectura que me pareció una pérdida de tiempo, por ejemplo. Me da más vergüenza confesar los clásicos que no leí todavía que los libros horribles que sí leí.
M. Tenemos entendido que fuiste prejurado en algún concurso literario, ¿qué legitima para esa tarea?, ¿asumirla, es un gran compromiso o un desafío?
A veces lo que legitima es haber ganado ese concurso en otro año, otras tiene que ver con conocer a los organizadores y que ellos conozcan tu bagaje y tu nivel de responsabilidad.
Para mí es tanto un compromiso como un desafío. Soy de las que lee todo, se arma cuadros en Excel y pone puntajes. Me tomo las cosas en serio porque la gente manda su obra con la esperanza de ganar. Yo estuve y estaré en ese lugar de concursante, por eso es algo que no me tomo a la ligera porque sé lo que se siente. El desafío consiste en elegir la mejor obra cuando hay más de una que merece el primer premio.
M. ¿Quién te animó más a escribir y en las antípodas, cuál es la crítica más adversa que recuerdes?
Muchas personas me animaron a escribir, pero voy a nombrar sólo a una: Liliana Díaz Mindurry. Ella creyó desde el día uno en lo que escribo y siempre me ha apoyado de manera incondicional.
Sólo recuerdo una crítica a Matar a la niña que era extraña. No se entendía si estaban destrozando la novela o la estaban elogiando. Me dio rabia que no fuese clara. Igualmente, para mí la crítica más adversa es la de aquel que lee tu obra y no dice nada, porque no le produjo nada y de esas tuve muchas. Sin embargo, jamás dejaría de escribir por una mala crítica, es más, trataría de tomarla para aprender y escribir cada vez mejor.
M. ¿Tenés amigos escritores?, ¿quiénes?, ¿reconocés influencias en tu escritura de ellos o de otros? Andrés Neuman está en la contratapa de Antes del encuentro feroz. ¿Cómo llegó allí?
Sí, tengo muchos amigos escritores y el ciclo me hizo conocer y apreciar a un montón de colegas. Más que influencia de ellos tengo influencia de lecturas que me han recomendado. Pero sin dudas muchos de ellos tienen obras admirables como Diego Tomasi son su novela Mil galletitas, o Martín Sancia con su novela Hotaru o Carlos Carioli con su novela Casa de arañas o la misma Liliana Díaz Mindurry con toda su obra. Te nombro sólo algunos de los muchos que leo y te nombro a gente que considero amiga.
A Andrés lo conocí porque lo invité al leer al ciclo y quedamos en contacto. Le escribí y le pedí si podía escribir la contratapa y en uno de sus viajes a Buenos Aires lo charlamos y me dijo que sí. Le mandé un juego anillado a España y tuvo la generosidad de escribir una contratapa de lujo.
M. ¿La rebeldía es un estado del espíritu? ¿Se necesita una dosis de ella para encarar cualquier expresión artística?
Creo que sí, que el buen arte siempre devela cuestiones ocultas o critica o rompe estructuras o habla, básicamente, de la condición humana que siempre es compleja y llena de matices.
Si estás conforme con el mundo tal y como es, posiblemente, no te dediques al arte.
M. Hay una pregunta que la dejamos siempre para el final, casi institucional diría, que tiene que ver con lo que dice Italo Calvino, acerca de “buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”, ¿cómo hacésvos ?
Justamente mi novela Matar a la niña habla del infierno y está dedicada al amor de mi vida Mariano Borobio y la dedicatoria dice “Para Mariano, por convertir todos los infiernos en paraísos” Creo que no buscás a la persona, aparece y se reconoce con el cuerpo, sabes que es esa y no otra. Es un golpe en el pecho, una certeza.
Lo mismo me ocurre con la literatura. Lo supe en cuanto me enamoré de Artemito y la princesa y entendí que quería leer y crear historias porque me hace feliz. Dejar de escribir no es una opción. Si lo hago, me enfermo. De manera literal mi cuerpo lo reclama y me lo hace pagar.
¿Cómo hacer que dure? Tanto en la literatura como en el amor con mucho trabajo interno, con inteligencia, con respeto a uno mismo y al otro y sabiendo que lo único que permanece para siempre es el cambio.
“- ¿Cuánto es para siempre?
– A veces, solo un segundo.”
Ese es uno de los tantos diálogos entre Alicia y el conejo blanco, en esa fantástica obra de Lewis Carrol que ella consiguió leer sin ayuda, consiguiendo que todo a su alrededor se alineara en pos del objetivo. Avanzó y retrocedió, pero siguió creyendo que dependería de las estrategias que utilizara lograr el objetivo.
“De modo que ella, sentada con los ojos cerrados, casi se creía en el país de las maravillas, aunque sabía que sólo tenía que abrirlos para que todo se transformara en obtusa realidad”, leyó. Pero supo que eso no le iba a suceder a ella, con tanta buena vibra alrededor.
Ya lo escribió Carroll: “Tantas cosas fuera de lo común le habían ocurrido últimamente, que Alicia había comenzado a pensar que muy pocas cosas en verdad eran realmente imposibles”.
Agustina comenzó a pensar lo mismo.